Czeslawa Kwoka, una niña polaca de 14 años, fue asesinada en Auschwitz. Le inyectaron fenol directo al corazón. Había llegado hasta allí con su madre, provenientes de Zamość, un lugar situado al sudeste de Polonia en el que los nazis querían establecer una colonia alemana.
La pequeña llegó al campo de concentración en diciembre de 1942 para perder su nombre y ganar el número 26.947, que lo llenaría todo: su ropa, su piel. A ella, como a otros muchos, se les consideró “prisioneros políticos” y, por eso, su camisa también estaba marcada con un triángulo rojo y una “P” en su interior.
Este retrato, tomado por un compañero prisionero llamado Wilhelm Brasse, formaba parte del macabro registro de prisioneros que realizaban los nazis. El improvisado fotógrafo, fallecido en 2012, contó en este documental que poco antes de accionar el botón un guardia golpeó a Czeslawa en la cara con un palo y le rompió un labio.
“Ella lloró pero no pudo hacer nada. Antes de tomar la fotografía, la niña se secó las lágrimas y la sangre del corte del labio”, explicó el hombre. Le habían pegado porque no entendía las instrucciones que le gritaban en alemán.
El Museo Estatal Auschwitz-Birkenau, ha querido recordar a Czeslawa cuando se cumplían 75 años desde su asesinato, y mostró por primera vez su rostro en color, gracias a la magia de la artista brasileña Marina Amaral, quien pintó con minuciosidad hasta el rojo de la herida de su labio.
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